Me preguntaban hace días si estaba preparado para lo de dar la vuelta. Contesté, con placer, que andaba haciendo el pino puente en horas libres. Pero mi mente estaba ya en otra cosa. Lo está desde hace días. Tuve sensaciones diversas ante la campaña de publicidad que ocultaba referirse a nuestro programa (nuestro vicio, poco secreto), pero no logró burlar la intuición de los más fieles (algunos de ellos, al menos).
Estaba bien si se refería a darle la vuelta a nuestras vidas, pues eso supone Gran Hermano para muchos. No me gustaba tanto si suponía algún tipo de rectificación respecto a unas últimas ediciones que nos lo hicieron pasar muy bien, regalándonos momentos insuperables. Esa final con Iván Madrazo, llena de emociones incontenibles; la autenticidad de Indhira (y ese vaso de agua, ¡qué fatiga!); o tantos otros.
Y es que este programa nos cambia la vida a muchos, empezando por sus concursantes. Es un tópico (moderno), pero no deja de ser cierto que les ha de cambiar la vida a quienes tienen la generosidad de entregar unos meses de su existencia a la observación pública, en diferente medida según los casos. Pero me van a perdonar que no hable en este caso de los concursantes sino de nosotros, simples espectadores. Muchos abandonamos la lectura u otros hábitos cotidianos. Reducimos nuestra vida social, los temas de conversación y hasta las benditas horas de sueño. Es verdad que, de alguna forma, le damos la vuelta a nuestras vidas.
Lo que no me gustaba era la lectura que se podía hacer (y me consta que se ha hecho) de una cierta rectificación. Pensé en ese niño travieso presionado por sus padres para decir que está dispuesto a cambiar, convencido de la necesidad de darle la vuelta a todo. Y no hay razón, de veras que no la hay. Algunos han hablado de vuelta a los orígenes, pues vale. No seré yo quien muestre reticencia alguna a ello. Pero conste en acta que si los orígenes son la segunda edición frente a la décima, me quedo con esta última. Y con la novena, la séptima y la sexta. En fin… incluso con la octava. Sí señor, también con esa y posiblemente todas las demás.
Tengo dicho que ni en los orígenes hubo tanta inocente candidez ni luego tanta corrupción del auténtico espíritu del programa, evocado casi como un mantra sin que se haya dignado nunca aparecer. Con este espíritu no se atreve ni Anne Germain. En definitiva, la clave, la enorme y consabida clave, está en elcasting. Esto ha sido siempre así, y así lo seguirá siendo. Aunque nunca sepamos quien convencerá a la mayoría, mucho menos quién nos terminará enamorando, si es que se da el caso. E igual puede serlo una gran aficionada al formato, como Judit Iglesias (una de las nuestras), o alguien que apenas conocía de qué iba esto unos meses antes, como Pepe Herrero (señor de los récords).
Al final, he terminado pensando que un eslogan no es más que eso. Cumple su fin publicitario y, en este caso, nos ha sacado del letargo para que volviéramos a hablar de Gran Hermano. Eso sí, hasta que no escuchemos la sintonía de siempre en una de las ‘promos’ que vendrán no sentiremos ese vuelco tan especial. Ahí sí que nos dará la vuelta… el estómago. Seguro que más de uno pensará que exagero (o que estamos locos) pero, por fortuna, no creo que pierda el tiempo dejándose caer por este singular rincón.
Ni siquiera se escucha la mítica sintonía en la nueva campaña que estrenó ayer, en exclusiva, larenovada web de esta casa (ha quedado más bonita que un San Luis). Por cierto, esa campaña es la mejor promoción que recuerdo de este programa. Da igual de dónde proceda la idea. Es una promoción fantástica, y hay que felicitar a los responsables de un trabajo tan bueno.
Es la primera de una serie de ‘promos’, en la cual me ha llamado especialmente la atención una pregunta de Mercedes Milá, alma máter del programa, a esa voz del Gran Hermano. “¿No me estarás mintiendo?”, inquiere con desconfianza la presentadora. La respuesta es confusa. Como ha de ser.
En definitiva, todos estamos donde debemos. Y más que vamos a estar. Los concursantes se deberán mostrar como son en realidad, porque en caso contrario les vamos a descubrir. El programa nos debe engañar (sobre todo a ellos), jugando un poco con todos e invitándonos a su juego. Y nosotros, como espectadores forofos, haciendo de nuevo hilera delante de un nuevo estreno de nuestro programa querido.
Me contaba mi amigo Miguel Ángel que cuando vivía en casa de sus padres solían tener un jamón en la cocina. Habitaban una casa baja de un barrio modesto, y la llegada de cada jamón traía siempre el mismo fenómeno consigo. Un par de horas después de colocada la pieza en el jamonero, del exterior de la casa (no sabían bien cómo ni por dónde) entraba un batallón de hormigas. Hacían fila ordenada atravesando transversalmente la cocina y, llegado a la vertical del jamón subían por el mueble camino de su encimera.
Superando la escalada por esa vertical que deja en un juego de niños las gestas del gran Jesús Calleja, las hormigas llegaban hasta la encimera, a apenas unos centímetros de la preciada pata, alimento casi sagrado en media España y también para la otra mitad. A diferencia de estos insectos anhelantes de degustar su pequeña cuota parte de jamón, los espectadores de Gran Hermano nos paramos a esos escasos tres metros que suele separar nuestro sofá del aparato de televisión, o los sesenta centímetros a los que se encuentra la pantalla de nuestro ordenador.
Y ya lo creo que nos paramos, tanto que nos cuesta separarnos unos meses después. Somos dichosos porque nadie impide nuestra aventura, al contrario de lo que mi amigo hace con esa hilera que siempre se forma ante el jamón en su cocina. Nosotros somos igualmente legión, pero hasta ahora no apareció valiente que nos haya dejado sin nuestro objeto de deseo. Por eso no rompemos las filas, y cada año volvemos a hacer formación, todos en hilera, esperando a que llegue (una vez más) Gran Hermano.
Inevitablemente, es parte de este proceso desear saber el misterio que nos trae una nueva edición (“nunca sabré qué misterio nos trae esta noche”, cantaba Gloria Lasso en ‘Luna de miel’), pero en semejante medida preferimos no enterarnos para participar de la sorpresa inigualable de esa noche de estreno. Sospecho que no me dejarán decir la fecha de esta vez (ni lo he preguntado), pero he de decir que está muy cerca (mucho, mucho). Estoy seguro de que muchos no me creerán si digo una vez más que no tengo ni idea de cuáles serán esas sorpresas, pero esto es así.
Una sola casa, vuelta a lo básico, pocos concursantes, más humor y menos conflictos… son cosas que he leído por ahí. Puede ser, aunque para sorprender yo diría lo contrario de lo previsto para terminar de despistar al personal. Eso sí, ni una broma en lo del anonimato de los concursantes. Tranquiliza saber que serán todos anónimos de verdad. Eso sí que es volver a los orígenes.
Las redes sociales, a las que tanta atención (merecida) estamos prestando, han sido un clamor pidiendo concursantes anónimos. Temimos que quien tiene el poder de decidir sobre esto se dejara deslumbrar por otros formatos triunfadores gracias a algunas figuras de relumbrón, familiares y/o progenitores incluidos. Incluso nos echamos a temblar (con disimulo) cuando supimos de quien estaba hablando sobre su posible concurso en esta edición, ya fuera extronista (¿esto vale para ponerlo de profesión en el DNI?) o efímera Miss con novio famoso. Ya más tranquilo, pienso que eran tan solo rumores sin fundamento.
Por eso, a esta hora en que posiblemente hay todavía una cuarentena de aspirantes sin confirmacióndefinitiva de los elegidos, esta será mi única petición de este año. Nada de exnovios de famosas, ni gente acostumbrada a trabajar en televisión. Hay decenas de programas donde posiblemente encajen, peronunca en este. Paso de pedir buen tratamiento en pantalla para resúmenes, directos y demás. Apenas media línea para pedir menos ‘chonis’ y ‘quillos’. Con que no sean famosos me conformo.
En definitiva, ya no queda nada para que esto comience. Eso es lo importante. A partir de ahora y hasta esa fecha secreta que no podemos tardar en (dar a) conocer, nos veremos por aquí. Por mi parte, iré desengrasando la máquina, comprobando que las páginas fluyen como debieran, con parecido ritmo al de las ideas. No sé si es bueno o malo, pero estoy tan agitado (por no decir nervioso) como siempre ante este reto. Quiero pensar que es bueno.
No puedo dejarme una cosa en el tintero de este primer escrito de la temporada. Sabíamos que el número comprendido entre el doce y el catorce no estaría en los guarismos de Gran Hermano. Una de las apuestas más repetidas era el 12+1 elegido finalmente, aunque no fue la mía. Y ahora pensando… imagino que ese uno puede ser más importante que el doce. Esto no es una información ni nada parecido. Tan solo se trata de una corazonada. En el uno puede estar la clave. No sé… ya me estoy liando. ¡Qué nervios!
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